CIEN AÑOS DE CUENTOS NÓRDICOS (Reseña de MAR HORTELANO)






CIEN AÑOS DE CUENTOS NÓRDICOS
AA VV
Ed. De la Torre, Madrid, 1995



No resulta fácil sintetizar en unas cuantas líneas el contenido que encontramos al leer las páginas de CIEN AÑOS DE CUENTOS NÓRDICOS... es como si nos tropezáramos con la propia realidad, con "los dramas humanos convertidos en historias narradas, los sueños bajados de su pedestal, las fantasías convertidas en esa anécdota inmensa, fértil y apasionante que es la vida"... pero lo intentaremos...


Comenzamos así por Dinamarca y la recopilación que hace Eva Liébana. La autora nos presenta ocho relatos daneses que van desde la historia de Klaus, una joven águila criada en un corral de patos (“El vuelo del águila”), a las dificultades para encontrar empleo de un campesino que lleva tras de sí una familia numerosa (“Un lugar en el mundo”), aprovecha después el problema de la falta de comunicación entre padre e hija para mostrarnos a ese tipo de hombre que parece estar hecho de vidrio (“La reina de la fiesta”) y nos sorprende con una dramática carcajada en la historia de un paciente que no cesa de sufrir amputaciones y prótesis en su cuerpo, no sabiendo al final, si sus pensamientos le pertenecen a él o al donante de cabeza, o si su mujer continúa enamorada de él o de un montón de pedazos de hombres diferentes (“El paciente”). Sigue con el tema adolescente del descubrimiento del cuerpo masculino con ciertos tintes de homosexualidad (“Los baños”), para llegar a la historia de Dorotea, en la que se aborda el tema de los celos entre lesbianas (“Dorotea”), pasando por los problemas de adopción entre tribus diferentes (“El hallazgo de Ariaya”) y termina con una historia ambientada a finales de los años veinte, sobre un ingeniero fabricante de espejos y su dependencia de la amada una vez traspasadas las barreras que le impedían enamorarse (“Reflejo de un joven en equilibrio”).



A continuación, Ursula Ojalen nos presenta una selección de diez cuentos finlandeses, abriendo el conjunto con una divertida y curiosa conversación telefónica entre una mujer antigua camarera de un hotel y el dueño, padre del hijo que había mantenido en secreto hasta ahora y para el que la madre, pide al menos una recomendación como botones del hotel cuando el vástago alcance la edad (“Hilda Husso”), continuamos con el humor en la historia del viejo Pänttä, que todos los inviernos se hunde en el lago para ser rescatado por sus vecinos y dar algo de emoción a la población (“La tentación del hielo”). Seguimos con el encuentro de un diseñador de maquinaria de ferrocarril y Anna, una joven que comparte la misma extraña fascinación por las estaciones de tren y todo lo relacionado con ellas (“Locomotoras”) y llegamos al peregrinaje hacia el Vaticano de un grupo de mujeres donde se toca el tema de la Fe (“El Vaticano”). Después nos vemos inmersos junto a los protagonistas del relato, en la búsqueda de una obra teatral que va a ser representada y que está siendo narrada por el personaje femenino, en el que se nos presenta de forma cómica la infidelidad matrimonial (“Eligiendo una obra de teatro”). Continuamos con la historia de una pareja de jóvenes durante sus vacaciones en Nueva York y la presencia de un misterioso y solitario americano (“El hombre de Manhattan”. Seguidamente, nos encontramos con dos relatos hilados: en el primero de ellos, se nos presenta a Doña Quijote y la magia de un espejo donde aparecen gentes de otra época (“El desfile”), y en el segundo, la dramática historia de la protagonista, en la que todos creen que la vida le ha vuelto la espalda ante la soledad y la desdicha (“Doña Quijote”). Para finalizar, vemos cómo un día de playa puede traernos a la memoria el recuerdo de un ser querido (“El último día del verano”) o cómo una noche de invierno puede obligarnos a repasar qué fue de nuestra juventud y de nuestros sentimientos (“La nieve se apilaba”).


El ecuador de esta colección de cuentos nórdicos lo forma Islandia y los ocho relatos recogidos por Enrique Bernárdez. El primero de ellos nos narra la vida de un pintoresco personaje llamado Lilia que leía el Padrenuestro a través de su sombrero y que tras su muerte, su cuerpo fue donado a la ciencia (Lilia, la saga de la vida y la muerte de Nebukadnesar Nebukadnesarsson”). Continúa con la historia de Gudmundur Stefansson y su afición de leer mientras oye el murmullo del río (“El hombre de la tienda”), e igualmente, la tercera entrega trata de la vida de una pareja en la que tras nueve años de casados y siete hijos, el cansancio y la apatía parece haberse filtrado en su amor (“Stella”). Interesante temática femenina aborda la siguiente historia, en la que una mujer al ir colocando las fotos de cuarenta y dos años de matrimonio, va haciendo recuento de lo vivido y lo sentido, de lo soñado y de lo conseguido (“Una mujer, un toro, un niño”). Después el lector se ve envuelto en una ruptura de pareja con el consiguiente abandono del marido por parte de la esposa (“Después de la pelea”) e impecablemente bien escrito nos llega el sexto cuento, en el que en una ocurrente metáfora se comparan las relaciones entre hombre-mujer con una cámara de fotos (“El ser humano es una cámara de fotos”). Por último, los dos cuentos finales relatan, entre el surrealismo y lo mitológico, dos divertidas historias mezclando lo popular con lo imaginado, la costumbre con la creencia (“Desde entonces estoy aquí con vosotros”) y (“Voces del mal país”).


Abordamos ya Noruega con una selección de diez relatos presentados por Kirsti Baggethun en los que variopintos personajes se pasean por sus páginas, llevándonos de la reflexión acerca del alcance del enamoramiento (“Los esclavos del amor”), al ingenio que debe utilizarse cuando uno pretende declararse (“La petición de mano”), del más puro realismo mágico nórdico (“Nieva sin cesar”) a la complicidad entre las parejas y los sitios destinados a sus encuentros (“La casa de verano”), del sufrimiento de una madre por su descarrilado hijo (“Olor a pólvora”) a la opción del suicidio como salida de emergencia ante la necesidad de finales cargados con significado (“Tiempo de espera”), de los primeros juegos secretos entre niños y niñas (“Los portales”) a mostrar el hecho de estudiar idiomas con el aliciente del ligoteo (“Idiomas”), y finalmente, de la destreza de un ciego afinador de pianos (“Alguien que te ve”) a un curioso punto de vista sobre las relaciones sexuales (“¡Pequeña laguna, escúchame!”).


Y por último, clausurando la obra, los once cuentos suecos prologados por Martin Lexell. En ellos hallamos la disparatada historia de un papel pinchado al lado del teléfono, que tiene escrito todo lo sucedido en la vida de un hombre y que al leerlo, descubre que ha conseguido ser feliz (“Medio pliego de papel”), la de un tenaz pretendiente que acaba con su llanto conmoviendo el corazón de su amada (“De cómo el pastor auxiliar tuvo a la hija del déan”) y la de otro que lo consigue con un simple pero apasionado beso (“El beso”), las hay de padres que intentan prevenir a los hijos ante las oscuridades de la vida (“Mi padre y yo”), o las contadas por locos supervivientes de más locos naufragios (“La historia de Malins Cross”). Las que cuentan pequeñas tragedias creyendo que las grandes tragedias de la Historia han sucedido ya (“Una tragedia menor”), la nueva versión de Hansen y Gretel (“Hanseli y Greteli”), los apuros de los guardias chantajeados en las cárceles (“El guardia”), las que te explican cómo enamorarse cuando te sangra la nariz (“La inocencia en la noche de junio”), las que nos presentan al silencio como el drama de todo poeta (“De leyendas”) y las que por el contrario, nos hablan de la soledad como necesidad vital, en esos días en los que todo parece demasiado luminoso y sólo apetece estar tapado (“Verano”).


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