PISANDO LOS TALONES









PISANDO LOS TALONES
HENNING MANKELL
(Trad. Carmen Montes Cano)
Ed. Tusquets, Barcelona, 2010 



*         “La verdad es que no sabemos nada los unos de los otros”, constató. “Trabajamos juntos, a veces durante toda la vida profesional, pero, en realidad, ¿qué sabemos de nuestros compañeros?”. Pág. 51 

*    Al mismo tiempo, empecé a preguntarme qué es lo que estoy haciendo en realidad. Abro el periódico por la mañana y leo que unos colegas de Malmö han sido detenidos por encubrimiento. Si enciendo el televisor, veo que altos mandos policiales se mueven como pez en el agua en el mundo del crimen organizado o desfilan como invitados de honor en las bodas que los delincuentes celebran en zonas turísticas de países extranjeros. Lo peor es que todo eso va a más y, al final, me pregunto a qué me dedico yo en realidad. Mejor dicho, me pregunto si seré capaz de seguir trabajando como policía durante treinta años más.
-Sí, la verdad, hace ya tiempo que todo se tambalea y se resquebraja –admitió Wallander-. La corrupción de la justicia no es un fenómeno nuevo, y siempre ha habido policías corruptos, pero yo creo que la cosa ha empeorado. Por eso es más importante que gente como tú resista en el Cuerpo.
-¿Y tú?
-Sí, también yo.
-Pero, dime, ¿cómo lo haces?

A Wallander no se le escapó el tono ansioso y algo agresivo de Ann-Britt. Y fue como mirarse en un espejo. ¿Cuántas veces no se había visto en la misma situación, sentado y mirando al vacío, incapaz de encontrar ni un estímulo que lo animara a seguir con su trabajo?
-Intento convencerme de que, sin mí, sería aún peor. Hay momentos en que eso me consuela. Un consuelo nimio, la verdad, pero, a falta de otro mejor, me aferro a él.

Ella hizo un gesto con la cabeza.
-No sé qué le está ocurriendo a este país.

Wallander confiaba en que continuase hablando, pero no lo hizo. Fuera en la calle, se oyó el traqueteo chirriante de un tráiler.
-¿Recuerdas la brutal agresión de la pasada primavera? –inquirió Wallander-. La que tuvo lugar en Svarte.
Ella asintió en silencio.
-Dos niños, ambos de catorce años, abaten a golpes a un tercero de doce. Sin motivo. Y una vez que lo tienen inconsciente en el suelo, le pisotean el pecho hasta dejarlo algo más que inconsciente. Hasta que está muerto. Creo que eso me hizo ver con claridad que se ha producido una transformación radical. La gente siempre se ha peleado, pero antaño lo dejaba cuando el otro caía vencido al suelo. Llámalo como quieras, juego limpio, quizás. O, ¿por qué no?, simplemente, se actuaba de ese modo, y punto. Sin embargo, las cosas ya no son así. No parece sino que toda una generación de jóvenes se haya visto abandonada por sus padres, o que hubiésemos convertido en norma básica el no involucrarnos en nada. El hecho es que, de repente, los policías nos ponemos a reconsiderarlo todo. Las circunstancias han cambiado por completo, así que la experiencia acumulada no tiene ya la menor validez. Págs. 68-70.
  

*   El inspector recordó una conversación inconclusa que, en alguna ocasión, mantuvo con Ann-Britt Höglund y en el transcurso de la cual comentaron que el estado de descomposición de la sociedad sueca quizá estuviese más avanzado de lo que ellos creían. Aquella violencia irracional e improvisada que se había convertido en algo cotidiano; la sensación de hallarse en una época en la que la sociedad de derechos había dejado de funcionar en muchos aspectos… Por primera vez en su vida, Wallander se preguntaba si no se hallarían, simplemente, a las puertas del total desmoronamiento de la sociedad sueca, que se originaría en cualquier ámbito, cuando las grietas fuesen muy numerosas. “En realidad, ¿estamos tan lejos de Bosnia?”, pensó entonces. “Es posible que estemos mucho más cerca de lo que imagino”. Todo aquello ocupaba su mente mientras interrogaba a Larstam, un hombre que no resultaba tan incomprensible como habría sido deseable. Un hombre que constituía un buen indicador de lo que estaba ocurriendo. Un desmoronamiento interior que se correspondía con otro externo. Pág. 718.   

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