UNA MUJER A 1000º




UNA MUJER A 1000º
HALLGRÍMUR HELGASON
(Trad. Enrique Bernárdez)
Lumen, Barcelona, 2013


  • Los hombres islandeses no saben, nunca han sabido y tal vez nunca sabrán comportarse, aunque por lo demás son entretenidos. Al menos eso es lo que piensan las mujeres islandesas. Ellos tienen incorporado un cajoncito de emergencia, impermeable y anticongelante, que llevan permanentemente en su interior y que puede ser un bien hereditario transmitido a través de las generaciones. Quien se pierde en un páramo y se ve enterrado en la nieve caída, o se queda encerrado todo un fin de semana en un ascensor, siempre puede abrir ese cajón de emergencia tan típicamente islandés y salvar la situación con una buena historia. Pág. 39.

  • Ama de casa. Por supuesto, eso significa lo mismo que mosca doméstica. Y precisamente ella, que nunca vivió en una casa de verdad. La abuela Vera había nacido y se había criado en Stagley, un islote diminuto, de forma ovalada y rodeado de escolleras, en mitad de un fiordo, que personas y barcas evitaban como si fuera un peligroso bajío; la isla de Breiðafjörður donde la vida era más difícil. Y allí nunca hubo una “casa”. Qué va. Ella llegó al mundo igual que un polluelo de frailecillo, encogido en una madriguera excavada en la oscuridad de la tierra, en mitad del fiordo; niña del fiordo que jamás vivió en tierra firme durante toda su vida, que iba de isla en isla igual que las mujeres de tiempos posteriores iban de hombre en hombre. De modo que la abuela fue todo al mismo tiempo: señorita, madame y señora Breiðafjörður, aunque en realidad jamás se casó. Gunna la Sudorosa le preguntó una vez por qué no había tenido más que dos hijos. “Sólo tuve frío dos días”, fue la respuesta. Pág. 61.


  • Está escrito en el libro de la vida, el gran Manual incluido en toda maleta del mundo, que los capítulos de la vida concluyen con un ataque de nervios. Pasamos al siguiente casi como recién nacidos: vacíos ya de lágrimas y debilitados con el grito aún resonando en el alma. Y así llegué a tierra en la isla de Amrum; una pobre niña islandesa solitaria que había perdido a su madre y a su padre en el póquer de los verdugos del mundo. Pág. 252.

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