EL DOMADOR DE INSECTOS
EL DOMADOR DE INSECTOS
ÁRNI THÓRARINSSON
(Trad. Kristinn R. Ólafsson)
Ed. Ámbar, Barcelona, 2013
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La imaginación.
Habría estado leyendo algo sobre diablillos así o los habría visto en la tele.
Son fantasías de alguien que se aburre consigo mismo o vive en su propio mundo.
Antaño las apariciones de fantasmas eran, por supuesto, un escape psíquico para
un pueblo oprimido y aislado que anhelaba alguna quimera. O en el mejor de los
casos, las tomaduras de pelo o travesuras de algunos graciosos. ¿Has leído los cuentos
populares islandeses?
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Apenas –contesta
Jóa.
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Excelente
literatura. No me sorprende que nuestros antepasados se entretuvieran con
fabulaciones de este tipo cuando se quedaban más o menos encerrados, durante
meses enteros compartiendo la soledad y la monotonía con la eterna noche
invernal encima. Pág. 22
Acto seguido, suelta todos los tópicos de cómo
le ha gustado estar aquí el fin de semana y de cuánta ilusión le hace volver,
la belleza del paisaje, sin olvidar el de las mujeres, la pureza del aire, lo
fantástico que es el pescado, y lo muchísimo que se ha divertido, etcétera,
etcétera.
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You guys sure know how to party –dice con una sonrisa.
Me
abstengo de mencionar el polvo en suspensión por el tráfico rodado, el flagelo
de la droga, el aumento de los crímenes violentos, los problemas de la sanidad
pública, el tira y afloja en la protección del medio ambiente y otras
cuestiones menores. Pág. 72
El
sol se ha retirado tras un banco de nubes para recuperar fuerzas. Lo mismo
parece aplicable a los habitantes de Akureyri. Hay poca gente por la Plaza del
Ayuntamiento, salvo unos cuantos turistas extranjeros, siempre reconocibles por
sus capotes impermeables de colores chillones y otras prendas de abrigo,
incluso cuando no cae ni una gota de lluvia, cuando reina la calma chicha y
hace una temperatura benigna para estas latitudes. Han leído que hay que estar
preparado para todo en Islandia, y lo están. Pág. 82
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Fíjate que
nosotros, la policía de Akureyri, tenemos más o menos el mismo número de
agentes ordinarios, haciendo los mismos turnos que hace tres décadas. ¿Te de
qué aspecto tenía la sociedad islandesa hace treinta años?
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Sólo tenía siete
años. Todo es diferente cuando tienes siete años. Lo mismo pasa cuando tienes
diez años, que es la edad que tenías tú por entonces.
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Lo que estoy
diciendo, es que hace treinta años, Islandia era una sociedad simple con
perfiles bien definidos. Para mantener el orden público aquí en Akureyri,
necesitábamos, y teníamos, cinco policías. Hoy en día, la sociedad se ha convertido
en un jodido y generalizado desorden. Aquí hay un batiburrillo de contrastes y
excesos y peligrosísimos elementos importados del extranjero. Y seguimos
teniendo cinco agentes haciendo los turnos ordinarios. ¡Cinco! […] Aparte de todo lo demás,
estamos hasta las cejas de casos de drogas y de agresiones sexuales, y no
digamos después de este jodido festival familiar. Págs. 103, 104.
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¿La llaman la
Casa Fanndal? ¿La casa donde la encontramos?
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Sí, sí. O, en
todo caso, así la llamaban en los viejos tiempos. Ya no, claro. Ya no. Ahora ya
no dejan que nada conserve su nombre ni un minuto más. Ya sencillamente se
considera una cursilada. La verdad es que una se sorprende de que a Islandia,
esta Tierra del Hielo nuestra, la hayan dejado llamarse Islandia durante tanto
tiempo. Tierra del Hielo no es una marca comercial muy atractiva. Tan gélida y
detestable. Pág. 122
Regresando
a la redacción, el fotógrafo del Vespertino refunfuña, lleno de indignación:
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No hay uno solo
que haya mencionado el sentido de la responsabilidad. ¿Esa gente ignora que en
Islandia, según las estadísticas, nacen más niños fuera del matrimonio que en
ningún otro país europeo? Aquí solo uno de cada tres niños nace de padres
casados, un 34’4%. ¿Y sabes cuántos abortos se practican en este país al año?
Pág. 162
Se queda callada.
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¿Eres de aquí,
de Reykiavik?
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No, de
provincias. Me divorcié de mi marido número tres y me vine abajo.
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¿Por el
divorcio?
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Él es un
granjero en un valle perdido. Creía que me haría bien disfrutar de la paz y
tranquilidad del campo. Pero acabé enterándome de que allí te pueden pegar las
mismas palizas que en otros sitios. En realidad, con aún más facilidad. Así que
me vine aquí, a la capital, dejando a los críos atrás. –Me mira para averiguar
si la juzgo-. No pude más. Llevaba un mes metida en la droga cuando ingresé.
Pág. 226
Esta
nueva familia mía parece tan heterogénea como numerosa. Existe un solo nexo de
unión; el pasado es como una cadena alrededor del cuello que la terapia intenta
desatar y despojar, eslabón por eslabón. Y consiste en abrirse, confesar las
ofensas, admitir los errores, desnudar las flaquezas, abrir los ojos al
sufrimiento propio. Hasta que eso no suceda, las cadenas no se soltarán; en eso
radica la regla de trabajo en La Fortaleza. Eso significa, o debería
significar: todo el mundo sabe todo sobre todo el mundo. Incluyendo los
secretos. Pág. 234
“Lo
peor que le ha pasado a la Humanidad es la invención del adolescente”, dijo mi
profesor de inglés en el instituto, seguramente tomando la cita prestada de
alguien. “Antes de su aparición, sólo teníamos a niños y mayores. Los mayores
dirigían a los niños. Estos hicieron los propio al hacerse mayores y tener
hijos. Todo era claro y sencillo, y manejable. A mediados de siglo la especie animal
denominada adolescente revolucionó
todo eso. Fue entonces, cuando tuvo lugar la invención de la gente que son
esencialmente niños en cuerpos de adulto; gente que se cree tener el mismo
poder y derechos que los mayores, pero que carece de la madurez suficiente para
ejercerlos. Y antes de que nadie se diera cuenta, las fuerzas del capital
habían convertido a esa gente en un específico grupo-objetivo de consumidores
de productos y servicios. Con ello, la guerra estaba perdida. Y desde entonces
los padres no tienen la menor oportunidad”. Pág. 321