LA ANALFABETA QUE ERA UN GENIO DE LOS NÚMEROS
LA ANALFABETA QUE ERA UN GENIO DE LOS NÚMEROS
JONAS JONASSON
(Trad. Sofía Pascual
Pape)
Ed. Salamandra,
Barcelona, 2014
El niño de seis años vivía de birlar lo que podía en el
puerto, y se suponía que, en el mejor de los casos y al igual que sus progenitores,
crecería y en algún momento lo encerrarían o lo abatirían de un disparo.
Pero en el barrio de chabolas también vivía desde hacía años
un marinero, cocinero y poeta español al que doce hambrientos tripulantes, al
decidir que necesitaban comida y no sonetos, habían arrojado por la borda. El
español llegó a tierras a nado, encontró una chabola donde meterse y a partir
de entonces fue tirando a base de poemas propios y ajenos. Cuando empezó a
fallarle la vista, se apresuró a captar al joven Thabo y lo alfabetizó a la
fuerza, a cambio de pan. Después tuvo derecho a una ración extra por leerle en
voz alta, pues el viejo no sólo se quedó ciego sino también medio senil, y
únicamente se alimentaba de Pablo Neruda para desayunar, almorzar y cenar.
Los marineros estaban en lo cierto al afirmar que no sólo de
poesía vive el hombre. El viejo murió de inanición y Thabo decidió heredar
todos sus libros. Pág. 20
Por razones inexplicables, en la cabeza de aquella muchacha
pasaban cosas sin cesar. Comoquiera que se Llamara era ciertamente más
impertinente de lo admisible, y quebrantaba tantas reglas como podía. Entre sus
mayores descaros se contaba haber entrado si permiso en la biblioteca de la
planta de investigación e incluso haberse llevado libros. El primer impulso del
ingeniero había sido llamar al departamento de seguridad para que investigara
el incidente a fondo. ¿Para qué querría libros una analfabeta de Soweto?
Pero entonces descubrió que Comoquiera que se Llamara de
hecho leía los libros que se llevaba, lo cual resultaba aún más intrigante,
pues la lectura no era precisamente un rasgo distintivo de los analfabetos de
la nación. Más tarde se fijó en lo que leía, y vio que leía de todo, incluidas
obras avanzadas de matemáticas, química, electrotécnica y metalurgia (es decir,
materias en las que el ingeniero debería haber profundizado). En una ocasión en
que la pilló enfrascada en la lectura en lugar de estar fregando el suelo, la
vio sonreír ante varias fórmulas matemáticas.
Sí: miraba, asentía con la cabeza y sonreía. Pág. 58
Nombeko supo que sus planes de evasión acababan de tocar a
su fin. El dobladillo de su única chaqueta estaba lleno de diamantes, de los
que tendría que vivir el resto de su vida, si es que conseguía una existencia
que mereciera ese nombre… Huir sin ellos de la injusticia sudafricana no la
llevaría a ninguna parte… Así pues, debía quedarse donde estaba. Entre
presidentes, chinos, bombas e ingenieros. Y aguardar su destino. Pág. 110
-
Entonces, ¿Suecia?- aventuró.
Sí, sin duda sería preferible,
opinaron los agentes. Era cierto que acababan de asesinar a su primer ministro,
pero la gente solía pasear por la calle tranquilamente, sin miedo. Y los
suecos, como ya se ha señalado, eran rápidos a la hora de dejar entrar a los
sudafricanos, siempre y cuando estuvieran en contra del apartheid, y los
agentes tenían motivos para creer que Nombeko lo estaba.
Ella asintió. Y luego permaneció
callada. Sabía dónde estaba Suecia. Casi en el Polo Norte. Lejos de Soweto, lo
cual estaba bien. Lejos de todo aquello que hasta entonces había sido su vida.
¿Qué iba a echar de menos? Pág. 138