PETTER NORD
PETTER NORD
SELMA LAGERLÖF
Revista literaria
Novelas y Cuentos, Madrid, 1961
Detrás del pueblo, las laderas de la montaña se levantan
cortadas a pico, pero después de trepar por escarpaduras y senderos
resbaladizos, se llega a una vasta meseta ondulada. Una foresta de árboles de
ramas puntiagudas, cubre toda la extensión, una foresta que muere al apuntar la
primavera y que reverdece al sobrevenir el otoño, una foresta agonizante que se
reanima débilmente cuando los otros árboles se desprenden del ropaje verdoso de
la vida, una foresta que crece no se sabe cómo, verde bajo la escarcha y negra
bajo el rocío.
Es una foresta plantada de pinos jóvenes que han tenido que
arraigar en los hoyos y las grietas del granito. Sus raíces se han hundido
tenazmente, como cuñas, en los menores intersticios. Los jóvenes árboles han
crecido, finos y rectos como mástiles; pero como al cabo de los años las raíces
han encontrado la dura resistencia de la piedra, la foresta se ha convertido en
un mazorral. Quería subir, llegar muy arriba, pero, al mismo tiempo trataba de
hundirse en el granito, profundamente. Obstruido el camino hacia las
profundidades rocosas, la vida ya no tenía objeto alguno para la foresta. Cada
año, por la primavera, parecía entregarse a la muerte, dispuesta a sacudirse el
peso de la vida. El verano en que Edith Halfvorson agonizaba, la joven foresta
estaba completamente negra. Por encima del pueblo rebosante de flores, se
destacaba la sombra negruzca de los árboles moribundos. Pero, cuando se paseaba
uno por la triste floresta, se encontraba, de repente, ante un rincón de
verdura. La fragancia de las flores flotaba en el aire; un concierto de trinos
de innumerables pájaros, encantaba a los oídos. Se piensa al encontrarse en tal
paraje, en el bosque durmiente y en el paraíso de los cuentos que aparece
rodeado de malezas espinosas. Y cuando se llega al rincón verdeante, se percibe
el perfume de las flores y se oye el cántico de los pájaros, se da entonces uno
cuenta de que aquello es el cementerio oculto del pueblo.
La morada de los muertos está allí, en un repliegue de la
vasta meseta. Los rigores y el disgusto de la vida, cesan entre las cuatro
paredes de piedras secas. Las lilas, inclinadas sobre grandes racimos de
flores, guardan las puertas. Los tilos y los arces exuberantes forman una
elevada bóveda sobre las tumbas, y las rosas sonríen tiernamente sobre la
tierra sagrada. Las viejas losas y los obeliscos están cubiertos y
enguirnaldados de vincapervinca y de hiedra. Hay un rincón donde los pinos y
los abetos alcanzan la altura de un oquedal. Existen hayas que se han
emancipado de las manos de sus guardianes y que se desarrollan sin temor.
El pueblo posee también otro cementerio más reciente, a
donde los muertos pueden llegar sin pena, si bien en invierno no es cosa fácil
llegar a él porque los senderos de la montaña se cubren de escarcha y los
atajos resbaladizos desaparecen bajo la nieve. Cuando esto sucedía el féretro
se tambaleaba, los que lo llevaban quedábanse sin aliento, y el viejo pastor
tenía necesidad de apoyarse en el sacristán o el sepulturero. Así es que ahora
nadie es enterrado allí, salvo que el difunto hubiera manifestado este deseo.
Las sepulturas no son bellas. Por otra parte, es raro que se
construya a los muertos una bella morada, si bien la hierba fresca esparce su
paz y su encanto. El pensar que los que duermen allí el sueño eterno, duermen
de buen grado, resulta extraordinariamente solemne. El ser viviente que se
refugia allí durante un día tórrido, se encuentra rodeado de amigos, porque los
que reposan han amado como él los umbráculos y la tranquilidad.
Si algún extranjero se extravía por allí, no se le hablará
de la muerte y de penas. Se le invitará a tomar asiento sobre alguna de las
anchas losas funerarias de los antiguos alcaldes y se le referirá la historia
de Petter Nord, del muchachito vermlandés, y de su amor. Este cuento azul tiene
un marco apropiado aquí donde la muerte ha perdido todo lo que tiene de
terrorífico. El mismo sol bendito parece también alegrarse por haber prestado
realce a la escena de un sueño de amor y vida. Págs. 40, 41.