MI LUCHA 1: LA MUERTE DEL PADRE
MI LUCHA 1: LA
MUERTE DEL PADRE
KARL OVE KNAUSGÅRD
(Traducción Kirsti
Baggethun y Asunción Lorenzo)
Editorial Anagrama
Compactos, Barcelona, 2016
Cuando la visión de conjunto del mundo se amplía, no sólo
disminuye el dolor que causa, sino también el sentido. Entender el mundo
equivale a colocarse a cierta distancia de él. Lo que es demasiado pequeño para
verlo a simple vista, como las moléculas, lo ampliamos; lo que es demasiado
grande, como el sistema de las nubes, los deltas de los ríos, las constelaciones,
lo reducimos. Cuando lo tenemos al alcance de nuestros sentidos, lo fijamos. A
lo fijado lo llamamos conocimiento. Durante toda nuestra infancia y juventud
nos esforzamos por establecer la distancia correcta de cosas y fenómenos.
Leemos, aprendemos, experimentamos, corregimos. Y un día llegamos a un mundo en
el que se han fijado todas las distancias necesarias, y establecido todos los
sistemas. Es entonces cuando el tiempo empieza a correr más deprisa. El tiempo
ya no se encuentra con obstáculos, todo está fijado, el tiempo fluye a través
de nuestras vidas, los días desaparecen a toda velocidad, antes de suspirar
hemos llegado a los cuarenta años, a los cincuenta, a los sesenta… El sentido
requiere plenitud, la plenitud requiere tiempo, el tiempo requiere resistencia.
Pág. 18
Hanne iba a cantar en una iglesia aquella noche, me había
preguntado si quería ir a verla, y claro que quería. Estaba su novio, de modo
que no me di a conocer, pero cuando la vi allí, tan pura y bonita, era mía,
nadie podía albergar sentimientos tan intensos como los que yo albergaba hacia
ella. El polvo cubría el asfalto, todavía había restos de nieve en los hoyos a
lo largo de las umbrías laderas a ambos lados del camino, ella cantaba y yo era
feliz.
Camino de casa, me bajé en la estación de autobuses y anduve
el último trecho por la ciudad, sin que mi inquietud disminuyera. Mis
sentimientos eran tantos y tan fuertes que no sabía muy bien como manejarlos.
Cuando llegué a casa me tumbé en la cama y rompí a llorar. No había en ese
llanto ninguna desesperación, ningún dolor, ninguna rabia, únicamente alegría.
Pág. 193
Llevaba varios años intentando escribir sobre mi padre,
aunque sin lograrlo, seguramente porque ese tema se encontraba demasiado cerca
de mi vida, y por eso no se dejaba introducir de una forma distinta, lo que es
en sí la condición de literatura. Es su única ley; todo tiene que someterse a
la forma. Si alguno de los demás elementos de la literatura, como el estilo, la
intriga, la temática, son más fuertes que la forma, o someten a la forma, el
resultado será flojo. Por esa razón los escritores con un estilo fuerte
escriben a menudo libros flojos. La fuerza de la temática y del estilo ha de
ser abatida antes de que pueda surgir la literatura. Es esta desintegración lo
que llamamos “escribir”. Escribir trata más de destruir que de crear. Nadie lo
sabía mejor que Rimbaud. Lo que le hace tan extraordinario no es que llegara a
esta comprensión siendo preocupantemente joven, sino que permitiera que fuera
válida para la vida misma. Para Rimbaud todo se trataba de libertad, tanto en
la escritura como en la vida, y porque la libertad era superior, podía dejar
atrás la escritura, o incluso tuvo que dejar atrás la escritura, porque ésta
también se convirtió en una atadura que había que destruir. Libertad es igual a
destrucción más movimiento. Pág. 226