FRANZ
FRANZ
LONE ABURAS
(Trad. Blanca Ortiz)
No me di cuenta hasta el momento en que Franz dejó el abrigo
en la trastienda y lo tuve a mi lado detrás del mostrador.
-
¿Qué te ha ocurrido? –pregunté al reparar en la manga
que le colgaba vacía y flácida.
-
He tenido un accidente –contestó.
-
¿Durante las vacaciones? –me interesé sin poder apartar
la vista del punto donde debería haber estado su brazo izquierdo.
Él asintió.
-
Un buen día me desperté en un hospital de Melbourne con
uno solo.
Señaló con la cabeza hacia la
manga vacía. Luego se lanzó con brío a atender a una clienta que entraba en la
tienda en ese mismo momento y logró envolver para regalo una lámpara enorme sin
la menor dificultad.
-
Qué habilidad –comentó la señora al tiempo que le
lanzaba una mirada de encomio-. ¡Y con un solo brazo!
-
Sí, me doy bastante maña –reconoció él mientras la
acompañaba a la puerta.
Observé cómo la hacía reír
susurrándole al oído. Y eso que Franz no era de los que dan palique a los
clientes.
-
¿Y no preferirías pedir la baja? –le pregunté a su
regreso-. Puedo encontrar a alguien que te sustituya.
Pero se quedó mirándome con aire
de incomprensión.
-
Si lo bueno empieza ahora –replicó.
Al cabo de un rato, almorzando en
la trastienda, volví a interesarme por lo ocurrido.
-
Fue un accidente –repitió-, en la playa que había junto
al hotel. De repente apareció un tiburón blanco cuando me estaba bañando y se
llevó mi brazo.
Y no había más que contar, en su opinión. Cuando, a lo largo
de la semana, le preguntaba discretamente qué tal estaba, me miraba como si me
faltase un tornillo.
-
En mi vida me he encontrado mejor –respondía.
Hasta que al final dejé de hacer
preguntas.
A menudo me sorprendía a mí mismo
observando con embeleso la habilidad con que se encaramaba a la escalera para
colgar una lámpara en el escaparate. Y no era el único fascinado. La noticia de
la manquedad de Franz llegó al gran público en torno a las navidades y a las
puertas de mi tienda se formaba cada día un ribete de curiosos. Todos querían
verlo. Yo, sin embargo, no vendía más lámparas por ello; venían a ver a Franz,
que se encontraba a sus anchas en su papel de inválido.
-
A la gente le encantan estas cosas –me decía ante mi
estupor al ver tanto interés-. Deberías probar. ¿Has tenido ya tus quince
minutos?
Yo meneaba la cabeza.
-
Pero a cambio tengo brazo –replicaba.
Transcurridos unos meses, Franz y
su falta de brazo seguían siendo objeto de una gran curiosidad. A veces llegaba
tarde porque concedía entrevistas a diversas revistas y periódicos y yo le daba
permiso pensando que eso supondría publicidad y mejoraría las ventas. Pero no.
Aunque el volumen de ventas continuaba siendo bueno, no era nada comparado con
lo que sacaba Franz por contarle sus historias a la prensa.
Un día lo encontré mirándose en
el espejito de la trastienda.
Al percatarse de mi presencia me
preguntó:
-
¿Te apetece dispararme? Solo un poquito, tampoco hace
falta que sea nada del otro mundo. En el muslo, simplemente, o quizá en el otro
brazo. Ya va siendo hora de que haya novedades.
Luego salió a despachar a un
cliente.