ARTO PAASILINNA






ARTO PAASILINNA (Kittila, 1942)
Ex guardabosque, ex periodista, ex poeta, es un autor de extraordinario éxito en Finlandia, donde todas sus novelas venden más de cien mil ejemplares, y muy apreciado también en sus numerosas traducciones, por su original humor y su capacidad de contar de la manera más cómica las historias más desconcertantes.
En español se llevan publicadas algunas de sus novelas: El molinero aullador, El bosque de los zorros, La dulce envenenadora, Delicioso suicidio en grupo...







EL BOSQUE DE LOS ZORROS
ARTO PAASILINNA
(Trad. Dulce Fernández Anguita)
Ed. Anagrama, Barcelona, 2009



* En Estocolmo, en una antigua y respetable casa de piedra junto al parque de Humlegård, vivía gente adinerada, como por ejemplo Oiva Juntunen. Su profesión era la de ladrón. Oiva Juntunen era más bien flaco, tenía treinta años, había nacido en Vehmersalmi, Finlandia, y estaba soltero. Aunque ya llevaba en el extranjero casi quince años, de vez en cuando, y si venía a cuento, soltaba alguna expresión de su tierra:
-¡Hay que joderse! Pág. 9

* Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar en Noruega un hecho grotesco, y es que cuando la marina alemana se presentó en Oslo, los noruegos no se enteraron de qué estaba pasando. Los buques de guerra de los nazis y las tropas de desembarco navegaron tranquilamente por los fiordos hasta el interior y las tropas desembarcaron directamente en los muelles. Como esto sucedió a altas horas de la noche, en el cuartel del estado mayor no había nadie, así que los noruegos no pusieron en marcha operación militar alguna. El general al mando de la infantería llamó alarmado al primer ministro y le preguntó qué debía hacer. Éste le ordenó que congregase al estado mayor. Pero a esas horas de la madrugada no se consiguen nunca taxis en Oslo, así que el aguerrido ejército de Noruega tuvo que rendirse a los alemanes. Pág. 13

* Florida decepcionó a Oiva Juntunen. Comparada con la frescura de Estocolmo, aquella costa tropical le pareció sofocante y ruidosa. El pasatiempo más habitual era empinar el codo, porque no había mucho más que hacer. El dinero se iba como succionado por una corriente. Oiva conoció a unos cuantos golfos finlandeses que habían ido a parar a Florida huyendo de sus travesuras. Lo normal era que aquellos muchachos tuvieran sobre su conciencia algún que otro impago de impuestos, quiebras fraudulentas, desfalcos, sobornos o cosas por el estilo. Unos se dedicaban a los negocios y otros a gastarse el dinero que habían mangado en su país. Estando serenos elogiaban la libertad de la vida americana, pero borrachos se lamentaban con los ojos húmedos a causa de la nostalgia. Un exiliado echa de menos su país, aunque sea un criminal. Pág. 24






EL MOLINERO AULLADOR
ARTO PAASILINNA
(Trad. Ursula Ojalen y Eduardo Vila Santos)
Ed. Anagrama, Barcelona, 2008



* Gunnar Huttunen padecía de cuando en cuando largas crisis depresivas. Solía quedarse con la mirada perdida sin razón aparente mientras trabajaba. Sus ojos oscuros brillaban angustiados y hundidos en sus cuencas de una extraña forma punzante, severa y triste. A veces, cuando observaba intensamente a su interlocutor, su mirada quemaba y resultaba estremecedora. Si uno charlaba con Huttunen en momentos así se contagiaba de su tristeza y experimentaba una sensación de inquietud. Pág. 11

* Era un reloj extraordinario. Huttunen lo había comprado durante el armisticio en Riihimäki a un brigada alemán que se encontraba de paso y sin blanca, y que le había asegurado que era sumergible y exacto. A lo largo de los años había comprobado que ambas cualidades eran ciertas. En cierta ocasión, Huttunen apostó con sus colegas a que el reloj era sumergible. Se metió el reloj en la boca y éste no dejó de funcionar, ni siquiera cuando Huttunen permaneció en la sauna durante más de una hora, ni cuando se zambulló un par de veces en el lago, sin sacarse el reloj de la boca. Una vez en el agua, descendió hasta el fondo y allí se quedó quieto, escuchando el funcionamiento del reloj. El tictac se escuchaba perfectamente bajo el agua, pues la presión era mayor que en la sauna y el tictac resonaba en su cabeza. Al sacarse el reloj de la boca, después de la prueba lo secaron y pudieron constatar que funcionaba como si hubiese permanecido en un bolsillo seco. El mecanismo no se había visto afectado en absoluto. En ese momento eran las cuatro. Pág. 34

* La luz rojiza del sol poniente envolvía el molino de un resplandor y ante tanta belleza Huttunen sintió un enorme deseo de aullar con todas sus fuerzas de puro amor y felicidad. Pág. 63

* Cuando las grullas veían en el pantano a aquel hombre de piernas largas que hablaba su misma lengua, se detenían y ladeaban la cabeza para observar al ermitaño que había entrado en su bandada, y que no acababa de darse cuenta que estaba imitando a una grulla para un público de grullas. Entonces, el jefe de la bandada levantaba el pico hacia el cielo azul y dejaba salir de su garganta el largo grito de las grullas a modo de imponente respuesta, y sólo en ese instante el ermitaño volvía a retomar conciencia. Era nuevamente un hombre y entonces abandonaba el pantano para dirigirse a su campamento. En la penumbra de su refugio fumaba y pensaba que si la vida continuase así, todo estaría bien. Pág. 151

* Ni el policía ni Huttunen llegaron nunca al hospital… Y cuando en las frías noches se oía desde Reutuvaara el cortante aullido del lobo, la gente solía decir:
- La verdad es que Huttunen aullaba mejor. Pág. 256


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