LA VOZ Y LA FURIA






LA VOZ Y LA FURIA
STIEG LARSSON
(Trad. Martin Lexell y Juan José Ortega Román)
Destino, Barcelona, 2011

9001 KILÓMETROS HASTA PEKÍN
Publicado en el nº 2 de la revista de viajes Vagabond (1987)

Llegamos en el Expreso de Tolstoi desde Helsinki. Era muy temprano. Estaba lloviendo.
Nos quedamos dos días. Vimos a gente de Moscú.
Luego empezó el largo viaje en el ferrocarril transiberiano hacia el este. Hacia Pekín.
El caos de la estación desaparece enseguida y ante nuestros ojos pasan esos oscuros almacenes que discurren paralelamente a todas las vías férreas del mundo. Pronto las últimas luces de los suburbios de Moscú se ven envueltas en una sosegada lluvia y el ruido de las vías crece a medida que el maquinista aumenta la velocidad.
El viaje a Pekín ha empezado.

[...]
Moscú es uno de los centros de poder más importantes del planeta. Pekín es otro. La distancia entre las dos ciudades con el Transiberiano, atravesando Manchuria, es de 9.001 kilómetros. En avión se puede hacer el trayecto en diez horas. En tren se tarda siete días.

A muchos les parecerá un caso extremo de masoquismo pasar voluntariamente una semana en un estrecho compartimento sin ducha ni aire acondicionado ni ninguna otra comodidad de esas que el hombre moderno considera imprescindibles.
Pero el hombre es un animal viajero y para los trotamundos profesionales el viajar es una forma de vida. En un mundo donde el avión no se ha convertido más que en un simple transporte aerodinámico, donde el barco es sinónimo de lujosos cruceros y el coche de un turismo de masas, el tren es lo único que merece la pena.
Entre los fanáticos del ferrocarril, el Transiberiano es todo un sueño: un viaje en el ferrocarril de los ferrocarriles.
Éramos veintiocho personas las que desafiamos a los pájaros de mal agüero para dirigirnos a Yaroslavskaya poco antes de la medianoche del 31 de julio.
Cada uno había comprado su billete por separado, pero el azar nos juntó en el vagón 8 del Expreso internacional número 20. Éramos un grupo mixto de individualistas escandinavos. Allí estaban los dos callados punkis de Finlandia, en el mismo compartimento que un noruego de sesenta y seis años –capitán jubilado de la marina- que iba camino de Shanghai por pura nostalgia. Allí estaban los tres mosqueteros de Lycksele junto con un químico noruego-israelí y un danés al que nadie entendía muy bien cuando hablaba pero que, en cualquier caso, era un tipo majo. Allí estaba la mujer que abrió un club nocturno en uno de los compartimentos y un experimentado trotamundos de Estocolmo que se había preparado el viaje con extrema minuciosidad. Allí estaban aquel joven con ambiciones literarias, aquella pareja de Borlänge novata en esto de los viajes, el hombre que viajaba con una cámara Hasselblad de veinte coronas y que pensaba quedarse en Oriente mientras le durara el dinero, y aquella pareja de profesores universitarios dispuestos a pasar unas vacaciones de tres meses en China. Allí estaba aquel insumiso militar de Escania que huía al Tíbet y aquellos dos noruegos que pensaban volver a casa en avión en cuanto llegarán a Pekín.
Sin duda éramos un grupo de viajantes transiberianos bastante atípico. Pags. 265-268

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