BAJO LAS ESTRELLAS DE OTOÑO






BAJO LAS ESTRELLAS DE OTOÑO
KNUT HAMSUN
(Traducción Pedro Camacho y Luis Molins)
Ediciones G. P. Barcelona, 1968


Mientras ayer huroneaba por la playa, contemplando la multitud de cosas que el mar arroja a la orilla, un sinfín de conchas y piedrecitas, encontré un pedacito de espejo. No comprendo cómo ha podido haber llegado hasta allí; pero tiene todo el carácter de un error o de una mentira. No es posible que un pescador, arribando allí a fuerza de remos, lo depositase, partiendo después. Lo dejé en donde se encontraba; era un trozo de espejo grueso, ordinario y común: quizá procedía del espejo de algún tranvía. Antaño, hubo un tiempo en que el vidrio era raro, y de color verde botella… ¡Dios bendiga los tiempos antiguos, en que existían cosas raras…! Pág. 11


¡Gac, gac! Oíase a lo lejos. Aquel sonido me era familiar: eran los patos silvestres. De niños, aprendimos a juntar las manos y a permanecer quietos para no espantar a los patos silvestres cuando pasaban… No encuentro nada mejor que hacer y repito el antiguo ademán. Un sentimiento tierno y místico flota en mí; retengo la respiración y encandilo los ojos… Ya vienen: detrás de ellos, el cielo parece una gran estela… ¡Gac, gac!, graznan los patos sobre nuestras cabezas… y el espléndido arado sigue surcando el cielo bajo las estrellas… Pág. 53


Indudablemente, ambos esposos eran igualmente benévolos, cuando se trataba de hacer una buena acción. Y, cuando la habían hecho, se la achacaban mutuamente. Aquél debía ser el matrimonio con que los idealistas han soñado en la tierra… Pág. 77


El bosque ha quedado desprovisto de follaje y han enmudecido los cantos de las aves; únicamente las cornejas, después de lanzar sus gritos de madrugada, se extienden por las praderas. Al ir hacia el bosque vemos la parvada de polluelos, que todavía no han aprendido a temer a la gente, rebullendo por el sendero, a nuestros pies. Después, encontramos al pinzón, el gorrión de los bosques; a aquellas horas matutinas, el pájaro ha dado ya una vuelta por la floresta, y retorna junto a los hombres, con los cuales le gusta vivir, y a los que quiere bajo todos los aspectos. ¡Qué extraño es el pinzón!
En realidad, el pinzón fue un pájaro emigrante; pero sus padres le enseñaron que era posible pasar el invierno en el Norte. En lo sucesivo, va a decir a sus hijitos que deben pasar el invierno en el Norte. Pero como todavía llevan en las venas sangre de viajero, siguen siendo vagabundos. Un día, los pinzones se reúnen en grupos y vuelan hacia las numerosas parroquias del contorno, a unirse con otros hombres, cuyo conocimiento desean… Puede muy bien transcurrir una semana sin que otra bandada de estas vidas trashumantes se pose sobre la arboleda… ¡Dios mío, cuántas veces me he distraído contemplando el pinzón! Pág. 79


Camino, camino. El bosque ofrece, alternativamente, árboles coníferos, como el pino y el abeto, y abedules; al ver los tupidos enebros, de erguidas ramas, desgajo una y, sentándome en el lindero del bosque, me pongo a esculpir. Por todas partes aparecen hojas amarillentas; pero los álamos están enteramente cubiertos de botones de los cuales penden perlas formadas por el rocío. De cuando en cuando, media docena de pajarillos vienen a posarse sobre la copa de un álamo blanco y picotean los botones sin fruto, después de lo cual buscan una piedrecita o un tronco áspero para limpiar el pico lleno de goma. Estos pajarillos no se guardan consideración alguna; se persiguen, se apretujan, se arrojan unos a otros, aun cuando haya un millón de botones para picotear. El perseguido no hace más que huir. Si un pajarillo se lanza, batiendo las alas, contra otro mayor, le obliga a dejarle sitio en la rama: ni el tordo se atreve a oponer resistencia al gorrión, y se contentan con apartarse.

“Debe de ser la gran velocidad con que llega el asaltante lo que le hace tan temible”, pienso. Pág. 113 



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