LA PRINCESA DE HIELO





LA PRINCESA DE HIELO
CAMILLA LÄCKBERG
(Trad. Carmen Montes Cano)
Ed. Maeva, Madrid, 2010



- El cuarto de baño estaba alicatado en blanco, de ahí que el efecto de la sangre que había tanto dentro como alrededor de la bañera resultase aún más llamativo. Por un segundo, pensó que el contraste era hermoso, hasta que interiorizó el hecho de que quien yacía en la bañera era un ser humano de verdad. Pág. 13

- Pese a que, sinceramente, no sintió el menor deseo de aceptar el encargo al oír la propuesta, en la mente de la escritora que llevaba dentro empezó a bullir una idea. La desechó, llena de remordimientos por haberla pensado siquiera, pero resultó ser una idea pertinaz, que parecía dispuesta a no darle tregua. En efecto, tenía ante sí lo que tanto llevaba buscando, la base para su nuevo libro. El relato del trayecto recorrido por una persona hasta encontrar su destino. La explicación de lo que había llevado a una mujer joven, hermosa y a todas luces privilegiada hacia la opción de la muerte. Claro, que no daría el nombre de Alex, por supuesto, pero sí una historia basada en lo que pudiese averiguar sobre su camino hacia la muerte. Erica había publicado hasta el momento cuatro libros, todos ellos biografías de grandes escritoras suecas y aún no había tenido el valor de crear una narración propia. Pese a todo, sabía que, en su interior, había libros que esperaban que ella los plasmase sobre el papel. Pág. 27

- Como escritora, prefería observar la realidad en la distancia. Estudiarla desde arriba, segura y con perspectiva. Pág. 32

- Hermosa, tranquila, perfeccionista hasta la exasperación. Creo que, quienes no la conocían, podían calificarla de engreída. Pero eso era porque no dejaba que nadie entrase en su vida así como así. Alex era una persona por la que había que luchar. Pág. 36

- La mujer que tenía ante sí era menuda y delgada, y hacía gala de una elegancia de la que las francesas parecen tener la patente. Pág. 41

- Y se notaba. No sólo en la evidente y costosa calidad de su ropa, ni en el perfume propio de las lociones caras que flotaba en el ambiente sino en algo más difícil de definir. Esa seguridad incuestionable que parecía tener en su derecho a ocupar en el mundo un lugar prominente, consecuencia de no haber tenido que prescindir en su vida de ningún tipo de ventajas. Pág. 74


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