LAS HIJAS DEL FRÍO






LAS HIJAS DEL FRÍO
CAMILLA LÄCKBERG
(Trad. Carmen Montes Cano)
Ed. Maeva, Madrid, 2010



- El que después de lo ocurrido, Charlotte se preocupase por no haberle aviado de que no iría a su casa le indicaba lo confundida que debía de estar. Pero cuando siguió a Niclas a la sala de estar, no pudo evitar lanzar un gemido de perplejidad. Si Niclas parecía un muerto viviente, Chalotte tenía el aspecto de alguien que ya llevase tiempo enterrado. Nada quedaba de la enérgica, cálida y animada Chalotte. Era como una cáscara vacía arrojada en el sofá. Su cabello oscuro, cuyos rizos solían balancearse en torno a su rostro, colgaba en sudorosos mechones. Los kilos de más que su madre siempre le recriminaba resultaban elegantes a ojos de Erika, que la veía como una de las exuberantes modelos de Zorn. Ahora, en cambio, al contemplarla allí acurrucada bajo la manta, observó que su piel y su cuerpo habían adquirido un aspecto mantecoso y malsano. Pág. 64

- Lo peor era que al principio le gustaba Rune. Cuando su madre lo conoció, le pareció que era un tío cojonudo. Conducía un coche de roquero y tenía colegas que llevaban motos de puta madre y a él a veces lo paseaban detrás. Pero después se casaron y todo empezó a ir mal. De repente, Rune y su madre tenían que demostrar que eran auténticos suecos medios, con chalé, Volvo e incluso la maldita caravana. Los colegas de las motos de esfumaron y, a cambio, empezaron a frecuentar sólo a otros suecos medios y a organizar cenas de parejas los sábados por la noche. Y, cómo no, también debían tener un hijo propio. Claro que quería a Sebastián, decía Rune, pero añadía que, pese a todo, no era lo mismo que tener un hijo propio. Pág. 139

- La muerte le resultaba fascinante. Había algo en su carácter definitivo que le hacía barajar constantemente ideas sobre su realidad y sus formas. Los juegos con los que más le gustaba entretenerse eran los que incluían mucha muerte. Sangre y muerte. Pág. 154

- Patrik la observó mientras ella se alejaba hacia la cafetera. Reconocía perfectamente el tipo. Menuda, morena y de generosas caderas; grandes ojos castaños y una frondosa melena que le caía por debajo de los hombros. Seguramente, la chica más bonita de su clase e incluso la más bonita de su curso en toda la escuela. Muy conocida y siempre en compañía de los chicos más mayores y más guays. Pero, por lo general, con los estudios también terminaba su estrellato. Aún así, solían quedarse en el pueblo, conscientes de que allí al menos, conservarían cierto estatus mientras que en las grandes ciudades cercanas resultarían simples en comparación con las auténticas hordas de chicas guapas que había. Pág. 192

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