AURORA BOREAL






AURORA BOREAL
ÅSA LARSSON
(Trad. Mayte Giménez y Pontus Sánchez)
Ed. Seix Barral, Barcelona, 2010


- Viktor, que se negaba a cortarse el pelo y a ponerse traje. Que no aceptaba un aumento de sueldo y que hacía que Thomas mandara ese dinero a Médicos sin Fronteras. Recordaba cuando asistió a un congreso en Estocolmo hacía siete años. Lo sorprendida que estaba cuando vio a un montón de jóvenes con el mismo aspecto que Viktor. En el metro y en las cafeterías. Con gorras horribles hechas con tricotosa o a ganchillo. Con bolsas de tela al hombro. Vaqueros que les colgaban de las estrechas caderas. Chaquetas de ante de los años sesenta. La forma de andar desdeñosa. Una especie de antimoda reservada a los guapos seguros de sí mismos. Pág. 101

- Sin embargo, tu abuela, en su juventud, conoció a una chica que le daba mucha pena. Nació muy débil y, dado que creían que no sobreviviría, dejaron que el maestro de la escuela la bautizara con toda urgencia. El maestro se llamaba Fredrik no sé qué. De cualquier forma, la chiquilla sobrevivió y, claro, la fueron a bautizar de verdad. El maestro sólo sabía sueco, naturalmente, y los padres sólo sabían finlandés de Tornedal. Así que, el cura cogió a la niña y les preguntó a los padres cómo la quería llamar. Los padres, que creían que le preguntaban quién había bautizado a la cría, respondieron: “Feki se kasti”, que quería decir “La bautizó Fredrik”. Muy bien, dijo el cura y escribió “Fekisekasti” en el registro de la iglesia. Y ya sabéis el respeto que se tenía por los curas en aquellos tiempos. La niña se llamó Fekisekasti el resto de su vida. Pág. 141

- Rebecka llevó a casa a Sanna y a las niñas, y se detuvo delante de la puerta. Hubiera preferido una corta despedida desde el coche y después seguir su camino. Las cortas despedidas en los coches están muy bien. Sentado ahí era difícil abrazarse, especialmente si se llevaba puesto el cinturón de seguridad. Así que nada de abrazos. Y en un coche había siempre algo de qué hablar además de lo de que “nos veremos pronto” y “a ver si no pasa tanto tiempo”. Unas palabras más sobre lo de no olvidarse la maleta en el asiento de atrás o en el portaequipajes y lo de “No te dejes nada”. Después, cuando la puerta ha truncado el resto de frases no pronunciadas, se puede decir adiós con la mano y pisar el acelerador sin mal sabor de boca. No hay necesidad de quedarse allí como un idiota mientras las frases adecuadas aparecen como una confusa nube de mosquitos. No, se quería quedar sentada en el coche sin quitarse el cinturón de seguridad. Pág. 143

- Puede que ésta sea la mejor vista. El invierno y la nieve son bonitos. Todo se vuelve más sencillo. Menos información entrante. Menos colores. Menos olores. Días más cortos. La cabeza puede descansar. Pág. 282

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