LA PRINCESA DE BURUNDI





LA PRINCESA DE BURUNDI
KJELL ERIKSON
(Trad. Carlos del Valle)
Ed. JP Libros, Barcelona, 2010


- Diciembre. Tiempo de oscuridad. A Rebecka le parecía que aquella oscuridad era más impenetrable que nunca. Haver no recordaba haberla visto antes tan deprimida. Había observado sus tenaces esfuerzos por conservar la máscara, pero bajo la frágil superficie anidaba la angustia otoñal, o lo que fuera, y tironeaba de la delicada membrana que cubría su rostro. Pág. 23

- Estáis en la crisis de la edad madura, esa época en la que las parejas descubren que la vida no va a mejorar. Pág. 24

- En el mundo de Ottosson había “gente decente” y “malos bichos”. La definición había perdido algo de fuerza, pues había demasiados malos bichos pululando por la ciudad. Muchos de ellos formando bancos, como Sammy señalaba una y otra vez en su trabajo con la violencia callejera. Pág. 91

- Le había comentado a Beatrice que le parecía una deslealtad para con el niño inocente, pero esta únicamente se había reñido. ¿Crees que no me reconozco?- le preguntó-. Nosotras amamos a nuestros hijos, pero queremos muchas cosas. Ellos son nuestro amor, pero no toda la vida, por así decirlo. Hay muchas mujeres a las que les encanta estar en casa cantando nanas. Yo, después del primer año, creí que me iba a volver loca. No era lo mío, eso de estar sentada en el parque manteniendo conversaciones de mierda con el resto de las madres. Pág. 112

- Los padres de Ann la habían atosigado a preguntas, pero ella había desechado todas las proposiciones de que contara quién era el padre. No tenía ninguna importancia, ni para ella ni para sus padres; nunca viviría con él. Ya atendería más adelante las preguntas del niño cuando este fuera lo suficientemente mayor. Todos los niños tienen derecho a un padre, esa había sido su opinión esencial, aunque ahora ya no estaba tan segura. No lo necesitaban. Se negaba a sí misma la latente esperanza de que un bonito día pudiera aparecer un hombre que aceptara el papel de sustituto. Se detestó muchas veces por su actitud frívola, pero se enfrentaba a la idea racionalizando las necesidades que había sentido durante los últimos años, la confusión y la debilidad que le provocaba pensar en Edvard. “Ahora las cosas son así, sé una buena madre, igual que eres una buena policía, punto final. No necesitas a ningún hombre”, se persuadía a sí misma, consciente de que se autoengañaba. Cuando una vez, inusitadamente, hablaron con sinceridad de la vida de Ann, Beatrice lo llamó “el arte de la supervivencia”. Pág. 113

- Definía Uppsala como “la ciudad de la violencia y el terror”. Siguió leyendo: “La imagen vigente de Uppsala como el mortecino enclave académico de ensueño, con sus naciones y sus bromas estudiantiles, ha sido sustituida por la imagen de una ciudad violenta…pág. 131

- Berglund sabía que resolver crímenes era una cuestión de patrones, asi que en cierto modo el hombre y su contexto, su barrio, sus recuerdos, sus gestos y su lenguaje eran parte de la solución. Era como si nada fuera imposible; bastaba con tener la habilidad de encajar las piezas del puzzle de la ciudad. Pág. 162

- La calle Ymergatan. El gigante Ymir de la mitología escandinava. Su hermano lo asesinó y su carne se transformó en tierra y de su sangre surgieron todas las aguas. Con su cráneo se creó el cielo y con sus cejas se construyeron murallas para proteger a los hombres de los gigantes. Midgard, el mundo de los hombres. “Ahí comenzó todo. Nuestra historia. Me preguntó si las personas de esta calle, hijos e hijas de Ask y Embla, la conocen –pensó Berglund-. Seguramente no”. Pág. 167

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