POR DONDE UNA VEZ CAMINAMOS






POR DONDE UNA VEZ CAMINAMOS
KJELL WËSTO
(Trad. Caterina Pascual Söderbaum)
Ed. Miscelánea, Barcelona, 2009



- Magda le había dicho a su hija que nunca se fiara de nadie que se perfumara la pechera y le dijera cosas al oído, ni de los golfillos que quisieran engatusarla haciendo salir champán de donde, en realidad, no lo había. Pero sobre todo, le recalcó, debía guardarse de los hombres que le juraran amor eterno y quisieran conducirla a lugares lejanos. Pág. 14

- Resultaba sorprendente que en los años que precedieron a la guerra civil una cantidad tan considerable de socialistas suecos se encontrasen en la ciudad de Abo. A menudo procedían de un estrato pequeñoburgués, eran todos obstinados y muchos de ellos poseían un temperamento acusadamente intelectual. Pág. 70

- Despreciaba a los pensadores anarquistas Kropotkin y Bakunin pero no retrocedía ante el chiflado de Charles Fourier, que proponía que los hombres vivieran en grandes cuarteles regidos por los ideales de beneficios compartidos y el amor libre, así una humanidad nueva y dichosa se extendería por la tierra, llegando a ser tan feliz y libre que el mundo, al cabo de pocas generaciones, vería nacer 37 millones de genios musicales como Mozart y 37 millones de matemáticos de la categoría de Newton y, además, los océanos se convertirían en limonada. Pág. 71

- Los estudiantes de la casa de baños –a excepción de Ahlroos, que amaba la lengua sueca más que al socialismo-, rehusaban definirse como “suecofinlandeses”, y dándose un golpe en el pecho se proclamaban fineses cosmopolitas y revolucionarios, y luego ahogaban su frustración por la supremacía burguesa en una vida alegre cuyos pilares consistían en escribir poemas para la propia revista Till Storms (Tempestad), fogosas retóricas discusiones sobre el futuro del socialismo, alcohol barato e ilegal, amén de alguna que otra incursión en el dominio de la carne. Pág. 77

- Se sentía fuerte pero también asustado. Actuar en lugar de quedarse sentado en su piso de la calle Georg mirando por la ventana era lo correcto, pero al mismo tiempo sabía que su decisión podía costarle la vida, su única vida, porque Eccu era un librepensador y no creía lo más mínimo en los dogmas del doctor Reinbeck ni en nadie que afirmase poseer pruebas de que la vida continuaba después de la muerte. Pero se convenció de que todo saldría bien, de que como decía el verso de Heidenstam había que atreverse a tensar el arco aunque la cuerda se rompiera, y de que cualquier cosa era mejor que permanecer ocioso y dejarse devorar por las Tinieblas. Pág. 136

- Probablemente se sintiera más seguro en Sibbo que en la isla de Tistelholmen, porque la población de tierra firme, más pobre, era partidaria de los rojos mientras que la población se pescadores de la islas era blanca casi en su totalidad. “Antes se congelará el infierno que un isleño sueco se vuelva bolchevique”, solía decir el director Lilliehjem, propietario de Björknäs, con una carcajada de suficiencia. Pág. 143

- Todo había que hacerlo en grupo, la más nimia tarea comportaba colas infinitas. Había que hacer cola para ir al retrete, para ducharse, para cenar y para consultar al médico, y era justamente en las colas cuando muchos milicianos se rendían ante la evidencia de que no porque estuvieran en el mismo bando en aquella guerra necesariamente tenían que caerse bien. Pág. 171

- Allí sentado se dedicaba a escuchar el viento que azotaba la roca, pero en la retina veía la imagen de Atti y su sufrimiento, recordaba su rostro introvertido, la viva imagen de la negación, el rostro de una persona con talento obligada a admitir que nada en la vida había salido según sus deseos, el rostro de alguien que detestaba la vida por todas las oportunidades que había perdido y que por esa razón se estuvo castigando a sí misma y a los demás hasta que llego la muerte a liberarla. Pág. 174

- No era animadversión lo que les mantenía callados, sino las turbadoras experiencias que ambos habían vivido, que eran demasiadas en muy poco tiempo y les habían hecho enmudecer. No había discordia pero ninguno de los dos sabía qué decir, y cuando uno no sabe por dónde empezar se guarda pensamientos y recuerdos para sí mismo, a fin de no ser un lastre para los demás. Pág. 191

- Entonces la melodía descendía de nuevo hacia el tono menor, como si en alguna parte del colosal universo de la música estuviera escrito un mandamiento según el cual la existencia humana sólo podía alcanzar un determinado grado de belleza, exultación y euforia, después tropezara consigo misma y se resquebrajara y de las grietas saliera desparramada la tristeza por la inconstancia y crueldad de la vida. Pág. 193

- Las anémonas del bosque florecían a manos llenas, los árboles frondosos y la maleza reverdecían y el color azul del cielo diurno era mucho más intenso; “algodón verde –pensó Eccu-, el mundo es como una nube de algodón verde y el cielo crepuscular arde como si sangrara y nosotros no hacemos más que matar y matar”. Pág. 197


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